Los días de reencuentro tienen mucho escondido detrás del telón. La gente se abraza y se cuenta las cosas que le ha pasado desde que no se ven y parte de esa alegría aflora. En las personas con discapacidad intelectual, que tienen la suerte de estar desprovistas de prejuicios y censuras, la expresión de felicidad es máxima, entre grandes abrazos y mayores achuchones, a prueba de contracturas. Una demostración de amor tan sincera, que si el mundo se pareciera más a ellos en eso funcionaría mucho mejor.

El pasado sábado 31 fue el reencuentro de antiguas personas usuarias de Paz y Bien en la finca San Buenaventura de Alcalá de Guadaíra. Personas que llevan años viviendo de manera independiente, algunos con familia, otros en proceso de tenerla, con trabajo y perspectivas de futuro. Personas a las que se les presumía una vida dependiente de una institución como ésta pero a las que, con muchos apoyos, se ha logrado dotar de autonomía y de un proyecto.

Además de compartir las risas, un desayuno, un Power Point lleno de fotos y recuerdos y un almuerzo, hubo algo que estuvo por encima de todo lo demás, un ‘gracias’ ensordecedor. Un agradecimiento que estuvo planeando el salón durante toda la mañana, que se atisbaba en las miradas de los chavales y de los que apostaron por ellos y que no tuvo más remedio que materializarse en el testimonio de quienes quisieron contar su experiencia.

Pero el gracias no fue unidireccional, de las personas usuarias a la asociación, sino que fue recíproco, ya que todos y cada uno de los que han formado parte de esta gran familia han hecho de Paz y Bien lo que es hoy. La entidad ha crecido con ellas, ha evolucionado agarrada a sus manos y ha aprendido con el rodaje mucho más que en todas las universidades del mundo. Gracias de corazón y hasta la próxima.

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