Tener una medalla es para muchas personas algo muy importante. Para un atleta, por ejemplo, que corre o salta sin descanso con el único fin de subirse a un podio y que le cuelguen una al cuello. Para un militar, tener una, muchas o ninguna supone estar en un escalafón u otro de la jerarquía bajo la que se rige.

Pero, ¿qué significa tener una medalla para alguien que no la tiene por meta en su esfuerzo día a día? Cuando un galardón de este tipo sobreviene de repente, no da tiempo a asimilar todo que se supone que debe suponer. Las muestras de cariño de los demás llenan cada rincón de tu casa y todo el mundo está muy contento y corre de un lado para otro sin saber muy bien qué hay que hacer.
Mucha gente llama preguntando por el tema, los medios de comunicación se interesan y quieren saber qué es aquello que has hecho tan bien para que te den una medalla. Y mientras, más carreras, más nervios y mucha, mucha, ilusión.

Durante la semana y dos días que ha durado este viaje vertiginoso hasta que la medalla estuviera en nuestro poder, hemos estado casi levitando. Ahora, con los pies en el suelo, podemos decir que la concesión de la medalla nos ha hecho salir de nuestra rutina, esa rutina que otorga dignidad a más de 700 personas día a día, para mirarnos unos a otros. Y en ese ejercicio de retrospección hemos comprobado que deberíamos poner una medalla a cada personal de atención directa que pasa ocho horas diarias volcado en otros y que regala una sonrisa a una persona con discapacidad intelectual o un menor que hace un esfuerzo y se supera, a cada psicólogo que se propone elevar la autoestima de un niño que no entiende por qué no es importante para sus padres, a cada trabajador social que busca el mejor de los recursos para alguien que no posee una estructura familiar en la que apoyarse, a cada gestor que consigue financiación para aumentar los servicios prestados a tantas y tantas personas en situación de vulnerabilidad, a directores, personal de mantenimiento, administración, enfermería y oficios (limpieza, lavandería, cocina, etc.). A todos y cada uno de los que en su vida, aunque sea solo un minuto, hacen algo por alguien.

Al parecer, esa entrega es la causante de que Sevilla nos haya concedido su Medalla de la Ciudad, que ya va colgada del cuello de los más de 300 profesionales que componen esta casa. Porque trabajar por los demás es exactamente lo que supone para nosotros tener una medalla.

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